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sábado, 20 de agosto de 2005

AL RESCATE DEL CHAMAME

AL RESCATE DEL CHAMAME

ENTREVISTA CON LOS AUTORES DE "EL CHAMAME SE BAILA ASI" 

Un libro que busca revalorizar un género folclórico maltratado por la industria cultural, como música y como danza. Y hasta enseña a bailarlo.

Escribe: Pablo Guercovich


Es fácil reconocerlo por su melodía uniforme. Y bailarlo con sus saltos típicos. Escuchar esa música simple, bailarla a los saltos. Agreguemos un alarido desgarrante y, finalmente, llamémosle a todo chamamé. No será siquiera su caricatura.
Para demostrar que el chamamé es complejo como el hombre mismo –y que no es el pogo del folclore ni un baile de guarangos, un lugar en el que suele ponerlo la cultura de masas–, Claudia García, Eduardo Flores y el reconocido folclorista correntino Antonio Piñeyro (los tres en la foto vecina) escribieron el libro “El chamamé se baila así”*, donde relatan la historia de esta música, su canto y su danza; describen sus ritmos, melodías y coreografías; trazan un mapa para situar sus diversas versiones y, por fin, enseñan a bailarlo.
Claudia García y Eduardo Flores son profesores y bailarines de folclore, y forman la pareja de baile cuyas fotografías ilustran el libro. Además, son experimentados investigadores de campo de los modos de vida del gaucho entrerriano. Ella, nacida en Federal, es licenciada en Comunicación Social y también ha investigado el discurso de criollos e inmigrantes en Entre Ríos. Él, de Concordia, es Técnico en Administración de Empresas y formó parte de la Primera Escuela de Chamamé, en Monte Caseros, Corrientes.
La mayor motivación que tuvieron para escribir el libro fue “comprobar las atrocidades que se cometen contra el chamamé”. García y Flores cuentan que en espectáculos de conjuntos reconocidos han visto hacer la gracia de tocarle la cola a la dama al terminar la danza. Y que eso es lo último que haría un paisano, no sólo porque es absolutamente educado, sino porque el chamamé es para él mucho más que mera música: es una forma de vida.


IGNORANCIA Y MERCANTILISMO

“Quienes gustamos del género (del chamamé), otorgándole con fundamentos la mayor representatividad regional, no podemos disimular el desaliento que suele producirnos su frecuente menoscabo a la hora de diseñar el mapa sonoro de la Argentina. Es posible atribuir ese desdén al generalizado desconocimiento de sus raíces y de su carácter de legado cultural de nuestros antepasados (…). Fuera del Litoral, e incluso en algunos lugares o sectores de la misma región, se observa cierta resistencia a considerar el chamamé como manifestación folclórica. Su limitada presencia, y hasta su ausencia, en las grandes programaciones nacionales –ya se trate de espectáculos o de difusión por los medios electrónicos– es una clara señal de ignorancia acerca de lo que el género representa en el alma de nuestro pueblo litoraleño. No se duda de que a esa desvalorización han aportado lo suyo las deformaciones meramente comerciales, carentes de calidad musical, aparecidas en las últimas décadas al estímulo del mercantilismo folclórico, que confunden chamamé con ejecuciones de dos o tres tonos y mucho ritmo bailadas a los saltos”.

Prólogo del libro “Así se baila el chamamé”, por el reconocido periodista y folclorista entrerriano Mario Alarcón Muñiz


¿Qué significa el chamamé para el hombre de campo?
—El chamamé forma parte de nuestra gente desde que nace hasta que muere, porque es más que música, canto y danza;
es la interpretación de la vida y la expresión del alma de estas personas. El espíritu del chamamé anda rondando cada rincón de nuestros paisajes, de nuestra poesía y de nuestro trabajo.
Está presente siempre, en la forma de sentir la vida: buena,
mala, dura. Está en la alegría, la tristeza, el amor, el nacimiento, la muerte, la familia, el encuentro, el mate, el rezo, el agradecimiento a Dios.
¿Ese vínculo se encuentra en peligro?
—Es indudable que algo se ha perdido en las ciudades más importantes como consecuencia de los mayores intercambios,
las comunicaciones (físicas o virtuales) y el impacto del turismo, pero basta moverse a las zonas rurales que rodean a esas mismas ciudades para ver que las costumbres en general, las formas de vida, no han cambiado esencialmente pese a la globalización.
¿Pueden identificarse las matrices fundamentales del chamamé?
—La música y la danza han tomado de muchas fuentes. El chamamé tiene una base guaraní. Luego, fue muy importante la influencia de las misiones jesuíticas en el aspecto “académico”,
ya que enseñaron a los aborígenes el canto y la fabricación de nuevos instrumentos. Con los jesuitas también se incorporó la danza a las prácticas religiosas. Pero mucho antes nuestros aborígenes tenían sus propias formas de danzar, cantar o interpretar sus instrumentos. Después vino la influencia europea, que se ve en los instrumentos actuales. Ninguno de los que hoy conocemos como tradicionales son de origen guaraní: guitarra, acordeón, bandoneón. El sentido de la danza también se europeizó. Antes de la llegada de los jesuitas, los aborígenes imitaban el comportamiento de los animales. Más tarde, la danza tuvo el sentido de un agradecimiento a Dios. En la actualidad, se observan reminiscencias de las danzas europeas en las tomas del chamamé y en el ritual del paseo por la cancha (cuando el criollo saca a bailar a la dama, la pasea por la pista de la mano mostrándola a la concurrencia). También en algunas danzas que imitan su ritmo –pero con coreografías establecidas, como el tatú, el carancho pepó, el baile de la vizcacha, el mainumbí– se observan tomas de mano, enlaces y saludos típicos de danzas europeas.


En el libro hacen cuatro grandes divisiones donde ubican sendas versiones diferenciadas de chamamé. ¿A qué se deben las diferencias y en qué consisten?
—Nuestra investigación se centró en la provincia de Corrientes y el centro y norte de Entre Ríos, que dividimos en cuatro zonas, pero hay que aclarar que el chamamé está presente en toda la cuenca guaranítica: incluye Misiones, Formosa, Chaco, Santa Fe, Paraguay, Uruguay y parte de Brasil. La diferenciación que hicimos obedece a variaciones del ritmo, que se acelera o ralenta; a mezclas de instrumentos; al tipo de poesía, que en algunos lugares es predominantemente romántica y en otros se relaciona con los quehaceres diarios, con el medioambiente, el duro trabajo o el sobrevivir. El chamamé y su interpretación en música, canto y danza varía si el hombre lleva su vida a la vera del río o tiene que arriar, cazar y vivir en medio del monte cerrado.
¿Qué proceso operó en la desvalorización cultural del chamamé?
—Cuando la música de nuestra gente viajó (o fue llevada) a Buenos Aires, se contagió del ritmo ciudadano: el “ya”, el “apuro”, el “hoy”, la “corrida”. Apareció el show chamamecero. Y entonces, por ejemplo, aquel ritmo de Tarragó, el kireí, brioso, alegre, que invita al zapateo, se transformó en un ritmo acelerado que se lo corre, ya no se lo baila; se lo grita, ya no se lo canta.
La riqueza musical que encerraba quedó rezagada y terminó llegando a los medios masivos y a los grandes festivales el chamamé “acelerado”, “maceta” o “festivalero”, como ha sido llamado. En la mayoría de los casos, no responde a ningún parámetro propio de las costumbres que le dan nacimiento, trascendencia, y sólo ofrecen un marco para competencias de sapucay, baile a los saltos y revoleos de ponchos. La peor parte le toca al baile, que no está coreografiado. No existe la posibilidad de enseñar a sentir el chamamé, y para bailarlo hay que entenderlo, interpretarlo. Las deformaciones terminaron viajando por el mundo de la mano de grandes y reconocidos artistas, que lamentablemente no se tomaron el trabajo de investigar las raíces de nuestra cultura chamamecera.

* Dónde se consigue en Buenos Aires: “El chamamé se baila así” (Editorial de Entre Ríos, 2004 y segunda Edición 2010) está disponible en la Casa de Entre Ríos, Suipacha 846. Más información: pagomontielero@yahoo.com.ar  y edu_flores_30@hotmail.com


CUATRO CUENCAS
En el área de estudio, que abarcó Corrientes y el norte de Entre Ríos, se determinó que existen cuatro grandes zonas del chamamé, cada una con modalidades expresivas típicas: el norte de Corrientes, donde el ritmo es lento y acompasado, y el canto tiene carácter romántico; el centro de Corrientes, donde el ritmo se acelera, junto con la danza y el canto; el este de Corrientes, donde el ritmo es fragmentado y enérgico; y el centro y norte de Entre Ríos, donde son características las interpretaciones en tono menor.